Es evidente que los trabajos de investigación de los historiadores económicos desempeñan un papel crucial en la documentación de acontecimientos ocurridos en el pasado, interpretando los hechos contando con el beneficio del conocimiento retrospectivo. De sus labores se ha derivado un conjunto de obras que permiten vincular el presente con los eventos, decisiones y procesos que tuvieron lugar anteriormente, dando continuidad a datos que de otra forma permanecerían aislados, desconectados y, por ende, mucho menos comprendidos.
Como disciplina académica, sin embargo, la historia económica ha perdido terreno en la enseñanza de la economía. De haber sido considerada como un componente fundamental para la formación integral de los estudiantes, ha sido relegada a un lugar secundario, más opcional que requerido. Se observa incluso que algunos de los aportes más significativos a la historia económica provienen de académicos que no son economistas profesionales, pero que disponen de una visión más amplia que abarca también aspectos políticos, sociales y culturales, haciendo posible ubicar los hechos económicos dentro de un contexto más completo.
Desde el punto de vista que sustenta las tendencias actuales en la ciencia económica, relatar hechos pretéritos no posee el atractivo de las conceptualizaciones teóricas acerca del funcionamiento de la economía. Esa percepción conduce a que las investigaciones de experiencias pasadas se utilicen para respaldar teorías, en la medida en que éstas últimas sean capaces de explicar los hechos ocurridos. Menos frecuente es encontrar economistas dedicados al análisis del pasado como una cadena de eventos sucesivos o simultáneos, sin que necesariamente sea con el propósito de generar esquemas de índole teórica.
Los historiadores de la economía tampoco suelen ser galardonados con el premio Nobel. Es como si el estudio de los procesos económicos y de las ideas de otros economistas, no fuese un aporte creativo válido para merecer esa distinción.