Según admiten los propios medios de prensa de Rusia, va ganando fuerza el pronóstico de que el PIB de ese país declinará este año. Trece expertos que laboran en el sector financiero fueron entrevistados, y de ellos diez anticipan una contracción, en tanto que los tres restantes vislumbran un estancamiento. En promedio, los pronósticos prevén un descenso de 1.15%. Otras cifras difieren considerablemente, como es el caso de los estimados de la agencia calificadora Moody’s, la cual sitúa el declive en un 3%. El FMI, no obstante, en base a una evaluación efectuada a fines de enero pasado, proyectó una expansión de 0.3%, cifra considerada como irrealmente optimista. Se espera crecimiento en la agricultura y los sectores que suplen bienes y servicios al aparato militar, pero una caída en el petróleo y el gas natural.
Para países como el nuestro, perjudicados por las consecuencias del conflicto ruso con Ucrania, lo deseable sería que los efectos de la guerra sobre el comportamiento de la economía de los beligerantes, los persuadieran de buscar soluciones para poner fin a las hostilidades. No luce, sin embargo, que del lado ruso eso vaya a suceder. Los vaticinios elaborados cuando se hizo evidente que la guerra duraría bastante más que unas pocas semanas, como se creyó al principio, indicaban que el impacto sobre la economía rusa de las sanciones que le estaban siendo impuestas sería muy contundente, generando una fuerte presión interna en pro de llegar a un acuerdo. Los reportes más recientes señalan, por el contrario, que fuera de las áreas cercanas a la zona de conflicto, los efectos han sido muy moderados, y que las actividades discurren con relativa normalidad, con la única excepción de los casos en que las pérdidas de vidas de soldados golpean familias y comunidades.
La conclusión hasta ahora, por lo tanto, es que lamentablemente el factor más convincente para detener el conflicto no proviene de la economía, sino de los eventos en el campo de batalla.